PALABRAS QUE SE ME QUEDARON EN EL ALMA
Hay sentimientos que nunca encontraron palabras.
Cosas que viví, que amé, que dolieron… y que simplemente nunca dije. No porque no fueran importantes, sino porque no supe cómo ponerles voz. Porque a veces no es tan fácil hablar, sobre todo cuando lo que se siente está tan profundamente enredado en el alma que uno no sabe por dónde empezar.
He pensado muchas veces en lo que habría pasado si me hubiera atrevido a hablar en ciertos momentos. Si me hubiese dejado llevar por lo que sentía sin miedo, sin filtros, sin tanto cuidado. Pero no lo hice. Me callé. Me guardé abrazos, respuestas, despedidas, confesiones. Me guardé también muchas ganas.
Y no me arrepiento del todo. A veces lo que callamos también nos protege. A veces no decirlo fue la única forma que encontré para sostenerme, para no romperme. Pero igual duele. Duele lo que no se dijo, porque uno carga con eso mucho tiempo sin darse cuenta. Son palabras que no se pronuncian pero se quedan rondando en el pecho, como si buscaran todavía una salida.
He sentido tantas cosas intensamente, profundamente, con cada parte de mí, pero no las dije. Sentí amor cuando ya no era correspondido. Sentí miedo cuando todos esperaban fortaleza. Sentí rabia, ternura, nostalgia. Y muchas veces preferí sonreír para no complicar, para no preocupar, para no parecer débil.
Es curioso cómo uno puede tener tanto por decir y aún así quedarse en silencio. Porque a veces no se trata de falta de palabras, sino de falta de espacio seguro para decirlas. O de ese pensamiento insistente que nos susurra: “mejor no lo digas, no va a servir de nada”.
Pero sirve. Aunque no lo digas en voz alta. Aunque solo lo escribas. Aunque solo lo pienses al cerrar los ojos en la noche. Sentir sirve. Reconocer lo que sentiste, aunque haya pasado mucho tiempo, aunque nadie más lo sepa, también es una forma de sanar.
Escribir esto hoy es mi forma de soltar un poquito de lo que alguna vez me guardé. Y también es un recordatorio: a veces no hace falta gritar lo que se siente, pero sí hace falta reconocerlo, mirarlo de frente, no enterrarlo más.
Tal vez no podamos retroceder y decir todo lo que debimos decir. Tal vez no podamos enviar la carta que no escribimos, ni volver a tener esa conversación que nunca sucedió. Pero sí podemos escribirlo ahora. Decirnos a nosotros mismos. Hacernos espacio para recordar que lo que sentimos, aunque nunca haya sido dicho, fue real. Fue válido. Fue profundo.
Si estás leyendo esto y te pasa igual, si también has sentido más de lo que pudiste decir, quiero que sepas que no estás solo. Que hay muchos corazones por ahí caminando con palabras atrapadas, con emociones que nadie conoce.
Y también quiero decirte que, aunque duela, eso que no dijiste no se perdió.
Se volvió parte de ti.
Te hizo más sensible, más fuerte, más humano.
Algún día, esas palabras encontrarán su forma. A veces será en una carta, a veces en un abrazo, a veces en un texto como este. Y cuando eso pase, vas a entender que nunca fue tarde. Que lo importante no era decirlo antes, sino sentirlo con verdad.
Gracias por leerme, por permitirme compartir este pedacito de mí.
Y si hoy estas palabras te hacen compañía, entonces ya valió la pena escribirlas.
Con cariño,
L. Luna