LO QUE ME ENSEÑÓ EXTRAÑAR
Extrañar no es tan sencillo como decir “te echo de menos”. Es una sensación que llega cuando menos la esperas, en medio de una conversación, al ver una foto vieja o simplemente caminando por la calle. A veces duele, otras veces te hace sonreír, pero siempre deja algo adentro.
Con el tiempo entendí que extrañar no es algo que se quita o se supera por completo. Se aprende a vivir con eso. Se acomoda en la rutina, en los pensamientos, en las pequeñas cosas del día. No necesitas estar triste para extrañar, ni llorar para sentir que algo te falta. A veces simplemente sabes que alguien o algo importante ya no está, y lo sientes.
He extrañado personas que ya no están físicamente, pero también he extrañado versiones de mí que existieron en algún momento. Extrañé conversaciones, lugares, etapas de la vida que fueron especiales. Y eso me hizo darme cuenta de cuánto valor tuvieron. Porque uno no extraña lo que fue insignificante. Extrañar también es una forma de recordar lo bueno que tuvimos.
No siempre supe manejarlo bien. A veces me enojé por sentir tanto. Me cuestioné por qué no podía simplemente seguir adelante sin mirar atrás. Pero después me di cuenta de que extrañar no es debilidad, ni retroceso. Es parte de haber vivido con el corazón abierto. Es parte de amar, de conectar, de haber compartido la vida con alguien o algo que significó mucho para ti.
Lo que más me ha enseñado el hecho de extrañar, es a agradecer. A no dar por sentado los momentos, a valorar más las personas mientras están, a decir lo que siento sin esperar el “después”. Porque aprendí que a veces el después no llega. Y cuando no llega, lo que queda es la memoria… y esas memorias son las que alimentan el alma cuando alguien nos falta.
También aprendí que no todos extrañamos igual. Hay quienes lo llevan en silencio, otros lo transforman en arte, otros simplemente lo cargan sin decir nada. Pero todos, en algún momento, hemos sentido ese vacío. No es raro, no es exagerado, no está mal. Es humano.
Y si tú estás leyendo esto y has sentido ese huequito en el pecho, ese “ojalá” que aparece cuando piensas en alguien, te entiendo. No estás solo. Lo que extrañas es la prueba de que algo valió la pena, de que hubo amor, compañía, ternura, vida.
Extrañar no tiene cura, pero se puede convertir en algo más llevadero cuando aprendemos a mirarlo distinto. Cuando en vez de preguntarnos por qué ya no está, agradecemos porque alguna vez estuvo.
Y eso, para mí, lo cambia todo.
Desde mi rincón al tuyo
L. Luna